¡Internet! No toque las librerías
- Martina Churba
- 7 jun 2021
- 3 Min. de lectura
Según Martín Gremmelspacher, presidente de la Cámara Argentina del Libro (CAL), en 2020, la venta de librerías bajó un 30%. En un mundo donde todo se vuelve digital, nadie que tenga un objeto físico a la venta se siente a salvo. ¿Llegó el fin de los libros impresos?

La primera “víctima” del sr. Internet fue Blockbuster que, después de llegar a tener 9 mil locales en el mundo, se declaró en bancarrota en 2010. Este fue el inicio de una seguidilla de comercios que fueron reemplazados por la digitalización y la tecnología, como cybers, locales de música y locutorios. ¿Será el turno de las librerías? ¿Sentirá el lector de esta columna, en el futuro, la misma nostalgia por estas que la que yo siento hoy por el alquiler de DVD?
Ernest Hemingway dedicó un capítulo de su última novela París era una fiesta a la emblemática librería de la capital francesa, Shakespeare and Company. Para él, era un lugar donde podía leer cuando no tenía plata para comprarse libros. Con más de 100 años, el lugar donde se publicó la primera edición del Ulises de Joyce, sigue en pie y con una oferta variada.
El autor describió que era un lugar en donde, además de leer y publicar, podía resguardarse del frío en invierno, porque tenía “una gran estufa”. Hasta la fecha, Shakespeare and Company albergó a más de 30 mil escritores que, como Hemingway, tenían frío y no podían pagarse un alquiler en París. Hoy, brinda talleres, clubes de lectura, y sigue siendo un lugar de reunión para los amantes de la literatura.
La competencia virtual de las librerías empezó con Amazon, que lanzó el primer Kindle en 1989. Un costo menor y la bandera del ambientalismo llevaron a que los ebooks desplazaran a grandes cadenas de Estados Unidos, como Borders, que llegó a tener 686 locales y terminó en bancarrota en 2011. Esto creció también con el sr. Internet y páginas como Google Libros, que permiten descargar títulos a bajos costos, o incluso gratis. Sin embargo, una librería es más que un lugar en donde se compran textos. Los porteños y turistas, por ejemplo, no van a El Ateneo a comprar un manual que necesitan para un trabajo práctico, van a vivir una experiencia literaria en un lugar único.
En 2020, como sabemos, el mundo se alteró. Esto, claro está, también afectó al mundo editorial. En la Argentina, al cerrar las librerías físicas, el Grupo Planeta fue el primero en vender a través de Mercado Libre. En materia de leyes, esto se puede ver como competencia desleal. El Decreto 274/2019 establece que esta es una práctica que trata de alterar, de mala fe, el funcionamiento de un mercado y el comportamiento de los consumidores. Con más de 14 mil ventas en los últimos 60 días, la editorial sigue buscando adueñarse de ese mercado que no es suyo. Son sus libros, sí, pero no sus consumidores. Permitir que las editoriales salteen a las librerías es apoyar esta acción y, por ende, ayudar a hundirlas.
Igual, ante la falta de regulaciones digitales, las librerías no pueden sustentar su caso. Hoy, solo pueden esperar que los lectores aficionados sigan confiando en que tienen para brindarles más que textos. ¿Quién no se ha refugiado en Yenny una tarde de lluvia sin paraguas? ¿Quién no se ha sentado a leer en los sillones de niños de Cúspide, aunque no se llevara nada? ¿Quién no ha ido a Kell a comprar manuales escolares y terminó con dos novelas y tres señaladores nuevos? Una librería tiene una oferta amplia, una competencia leal de editoriales y un espacio donde podés sentarte a descansar o copiar recetas de libros de cocina, sin que nadie te eche.
Para los lectores jóvenes que todavía no saben lo que fue, Blockbuster era un lugar donde se alquilaban películas en DVD o VHS para verlas en las casas. Si las editoriales vendieran online, crearan una suscripción como la de Netflix, o algún otro paquete (pero no quiero darles ideas), ¿sufrirían las librerías el efecto Blockbuster? Si eso pasara, ¿a dónde irían los fanáticos de la película Un lugar llamado Notting Hill a buscar a su Ana Scott?
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