top of page
Buscar

Fernando Parrado: “Sabía que me iba a morir en los Andes, pero no cómo”

Actualizado: 7 nov 2018


Hace 46 años, Fernando Parrado se dirigía a Chile a jugar un partido de rugby sin saber que terminaría pasando 72 días en medio de la Cordillera de los Andes. Condujo, con jeans, la travesía que le salvaría la vida a él y a los otros 15 supervivientes.


Después de 37 años de una intensa relación con los medios, hace 5 que Parrado decidió dejar de dar entrevistas.

El 13 de octubre de 1972, el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya cayó en la Cordillera de los Andes con 45 pasajeros a bordo. Fallecieron 18 personas en el impacto, y las 27 restantes vieron nulas sus posibilidades de sobrevivir. Descendieron del avión y todo lo que divisaron fue nieve. Los días pasaron y las búsquedas oficiales terminaron, pero ellos seguían vivos. Decidieron que tenían que salir por su cuenta o no saldrían. Entre los que condujeron sus propias expediciones estaba Fernando “Nando” Parrado.


Antes de su última expedición, Parrado le dio a su amigo Carlos Páez un zapato rojo que había comprado en la escala de Mendoza para su sobrino. Le dijo que él se llevaría el otro zapato del par a la travesía, y le prometió que los zapatos se volverían a juntar. Así se fue, en jean y zapatillas. Parrado dice que en esa situación hay dos posibilidades, o uno se enloquece o lucha por vivir. El luchó y recorrió la Cordillera de los Andes a pie en un trayecto que duró 10 días. Con uno de sus compañeros herido y la comida que empezaba a agotarse, Parrado vio a un arriero, que terminaría salvándole la vida, en medio de los Andes. Fue el primero de los supervivientes en entrar en contacto con alguien ajeno al avión desde el accidente. Volvió en helicóptero al lugar donde se había caído el avión, a buscar a sus amigos, y con una sonrisa, sacudió por la ventana el zapato para que su amigo “Carlitos” lo vea.


A los 68 años, Fernando Parrado es un superviviente de uno de los accidentes más dramáticos del siglo XX. Cumplió 23 años en la Cordillera, vio morir a su mamá y a su hermana, y tuvo que comer carne humana para sobrevivir. Pese a todo esto, dice que no le parece importante que su historia se conozca. “Para ustedes es interesante, pero para mí, es parte de mi vida”, sostiene.


- ¿En algún momento llegaste a cuestionar tu fe, o te aferraste a ella?

- Yo no sé lo que es la fe. La fe es una palabra inventada por la religión. No sé si la tengo o no, porque no sé qué es. Dicen que todo lo explica la fe, y al final no te explica nada. Para mí, la única respuesta a todas las preguntas que se hace cada persona en este mundo va a estar respondida en el momento más importante de la vida, que es cuando te mueras. Yo de cuando estuve en coma no recuerdo nada, tengo todo negro. A lo mejor morirse es eso.


- ¿Qué cambió cuando se enteraron por radio que habían detenido la búsqueda el día 10?

- Fue como un catalizador que nos dijo: “Ahora está todo en sus manos”. Todo el mundo reacciona de formas diferentes. Yo me petrifiqué del miedo. Dije: “Estoy respirando, pero estoy muerto”. Pero a la vez no estaba muerto. Es raro de pensar. Yo decidí luchar, hacer algo hasta que me muera. Por un instante te enloquecés. Es como si fueras al médico, y te dijera: “Te quedan 30 días”. No salís de ese consultorio igual que como entraste. A mí me pasó eso. Me abrumaba saber que me iba a morir, pero no saber cómo, si iba a ser de hambre, congelado, o cayéndome en una grieta. Cuando te enfrentás a la muerte tan directamente es interesante. Pero no es lindo.



"Para mí volver a Uruguay fue el infierno".


Viviendo lo imposible


Es la historia de un grupo de rugbiers que sobrevivió comiendo el cuero de zapato, hielo y carne humana. Llegaron a desmitificar muchas teorías científicas que dice que el hombre no puede vivir tomando hielo porque no tiene sales minerales. “Por lo menos 72 días pudimos vivir”, sostiene Parrado. También cuenta que no hubiera sobrevivido si no hubiera sido por la antropofagia, y que fue algo que no se le ocurrió a uno solo, sino que todos lo pensaron al mismo tiempo, porque no había otra posibilidad. Sin embargo, recuerda que lo que más sufrió fue la sed. “Tenés sed y no hay agua. Y te deshidratás más rápido porque a esa altura necesitás cinco veces más agua”, narra Parrado.


- ¿Tenés algún recuerdo de los Andes que, aunque pasen los años, no podés borrar de tu mente?

- El frío. No me podía dormir del frío. Tenía escarcha en las cejas, el pelo y los hombros; y temblaba de la hipotermia. Y todos apretados ahí. Estás cansado y no te podés dormir de noche, o hace dos días que estás ahí adentro temblando de frío y te abrazás con alguien para soportar el frío. Mirábamos la hora pensando que habían pasado cinco horas, pero no pasa el tiempo cuando te estas congelando, y llega un momento que no te morís. Eso es uno de los más grandes misterios para mí: por qué no nos morimos de frío.



La caída a la realidad


Parrado perdió 40 kilos en los Andes y tuvo que permanecer unos días internado en un hospital de San Fernando (Chile). Al ser dado de alta, volvió con su papá y su hermana a su casa en Carrasco, Montevideo. “Vuelvo acá y mi vida está destruida. Mi padre durmiendo en el piso, con mi perro. Mis compañeros vuelven y los abraza la familia, y se convierten en héroes. Para mí fue el infierno”, cuenta sobre su vuelta.


Narra, además, que a los dos días de volver a su casa se fue a la playa. “No quería perderme un segundo de la vida”, relata. Entre otras cosas, corrió en auto, moto y aprendió a pilotar aviones. Opina que los Andes ya pasaron y no puede revivir a su familia. Sostiene que tiene que bailar porque está vivo.


- ¿Te costó volver a subirte a un avión?

- Los primero dos, tres años no volaba tanto. Pero después empecé a trabajar y mis empresas necesitaban que volara porque produzco programas de televisión en Europa y Estados Unidos. Y aprendí a volar. Pensé para qué me voy a preocupar de algo que no sé si va a pasar. ¿Vos te preocupás todo el día de que te vas a morir algún día? En realidad, y aunque parezca increíble, me gusta volar. Me gusta experimentar la velocidad, la potencia. Me gustan las máquinas.





Liberar la mochila


- ¿Con tus hijas nunca te sentaste a hablar de los Andes?

- No, es un tema que está asumido. Yo tengo amigos en los que es un tema permanente en sus vidas. En casa, me preguntaban más las amigas de mis hijas que mis hijas. Pero yo sé que ellas saben y que en cada abrazo que me dan, me están diciendo mucho. Es como que me dicen: “Gracias papi por haber hecho todo lo que hiciste porque yo estoy acá ahora”, pero no me lo dicen.


- ¿Y con tus nietos?

- Son muy chicos todavía, pero se van a ir adaptando a la historia. Para nosotros es algo normal, que no está presente en nuestras vidas todos los días. Desde que salí de esas montañas hasta ayer de noche, nunca tuve un instante de imagen de los Andes. No sé por qué. Soy como un insecto, no me sumerjo en la filosofía de la vida, porque ya llegué, eso ya pasó. Hay gente que vive mucho en el pasado, pero lo que les pasa es porque están vivos, si estuvieras muerta no te pasa nada. Vos escuchás gente que se deprime y te dice: “Me dejó mi novia”, ¡y busca otra macho! Atención, tengo los mismos miedos que tenés vos, que tiene cualquiera, de que le pase algo a tu familia, enfermedades. No es que sea un robot, pero al final tengo buena suerte, ¡estoy encantado de estar vivo!


- ¿Hoy creés que es un milagro que estés vivo?

- Yo creo más en el espíritu humano que en un milagro. El accidente pasó por un error de pilotaje, no es que Dios dijo: “Choquen ahí”. ¿Dónde está el milagro? Solamente los que estuvimos ahí y luchamos juntos nos dimos cuenta, o nos damos cuenta, del esfuerzo que fue todo eso. No es que nos quedamos sentados y vino un ángel y nos sacó y dijo: “Este el milagro, ahora los ponemos ahí”. Eso sería un milagro. Nosotros tuvimos suerte. Y eso que mi libro se llama Milagro en los Andes. Pero yo no creo en los milagros. No sé si tengo fe, a veces soy ateo, como creo que todos a veces lo son. En algún momento te tenés que preguntar si existe Dios o no existe. Y ese es un momento de ateísmo.


- Entonces, ¿no fue el Milagro de los Andes lo que los salvó?

- No, fue la suerte de los Andes, la suerte y el esfuerzo de un grupo de rugbiers mancomunados para sobrevivir en las peores condiciones en que el ser humano puede hacerlo. Y lo logramos. La palabra milagro es muy fuerte.




Historia de una travesía inimaginable

Para ver la línea del tiempo interactiva y las imágenes completas ingresar a https://www.timetoast.com/timelines/1893381.




Agradecimiento especial a Graciela Parrado, hermana del entrevistado, por las imágenes brindadas y el espacio para la entrevista.

 
 
 

Comentários


Join My Mailing List

Martina Churba

Licenciada en Comunicación Social. Este blog lo hice siendo estudiante, con fines académicos, pero son historias que vale la pena seguir contando.

© 2023 by Arianna Castillo​. Proudly created with Wix.com

bottom of page